sábado, octubre 11, 2008

Día 435, sábado

Sarah trabajaba en el minimarket de una estación de servicio. De las siete de la noche a las cinco de la mañana tenía que atender la caja y ponerle cara de culo a los tipos que iban a comprar alcohol, pese a la ley seca que estipula que a partir de la once no se puede vender nada de cerveza, nada de vino, nada de ron. Los más lúcidos, cuando Sarah les decía que no les podía vender eso, se quedaban mirándola como si no entendieran el idioma en que ella hablaba. De un tiempo a esta parte, Sarah consideraba que el mundo era un constante repetir de argumentos. Ella no era un chica tonta, de ésas que se pasan el día viendo telenovelas por televisión. De hecho, a Sarah le gusta leer libros y se pasa la mayor parte del tiempo con un título a la mano, ya sea de Stephenie Meyer, J. K. Rowling o Paulo Coelho. Un día conoció a un chico de manera un poco extraña. Ella estaba en un micro de regreso a su casa cuando él la abordó. Isaac tenía en el aliento un humor extraño. Le preguntó qué estaba leyendo. Sarah, con el sueño propio de alguien que toma a las seis de la mañana el primer micro que la lleva a su casa, le respondió que no sabía. Era la verdad, no se acordaba. El destino se encargó de juntarlos nuevamente, previa cita concertada por internet, una noche estrellada en Miraflores. Isaac le habló mucho. Había trabajado hasta hacía poco en una radio en el cono norte, pero ahora estaba francamente desempleado. Decía ser poeta y citaba a T. S. Eliot cada vez que podía. Sarah, pese a no interesarle en lo absoluto la poesía o cualquier cosa complicada de leer, le sumó puntos por eso. Ella le contó que empezó a leer cuando trabajó en una librería y él supo interpretar entonces una pequeña chispa de luz en el interior de sus ojos. Sarah era realmente bonita. Isaac y ella se hicieron enamorados. Un buen día, sin embargo, él desapareció. De la misma manera que había entrado en su vida, se fue. La oscuridad sumió entonces a Sarah como una enorme ola que se traga todo a su paso. No entendió si había hecho algo mal. No entendió si había sido estafada. Simplemente se quedó quieta, yendo siempre de la casa al trabajo y del trabajo a la casa, como si nada más en el mundo importara. Una noche no pudo más y se encerró en el baño del grifo a llorar. Su compañero tuvo que suplirla y luego se peleó con ella. La noche siguiente, el chico se disculpó por haber actuado así y a partir de entonces se hicieron buenos amigos. No pasó mucho tiempo para que él le contara a Sarah sobre la Asociación.